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Cantar para no contar

Resumen del artículo

Nuestra voz, nos conecta con el sonido del universo. Cuando cultivamos nuestro ser esencial entramos en contacto con lo sagrado que se  puede manifestar a través del canal de nuestra voz. Nuestras corazas nos impiden fluir, también sónicamente, y pareciera que la misma neurosis pudiera impedir el canto libre. Sin embargo, el sonido tiene un poder curativo y puede ser usado gestálticamente para sanar los nudos neuróticos y todas las heridas acumuladas. Un sonido al cual le conferimos una intencionalidad tiene facultad para sanar. Ese es el principio de los chamanes que curan con sus cantos. Y la Gestalt, como dice Claudio Naranjo,  tiene mucho de chamánico.

En un Principio era el Sonido

Desde tiempos inmemorables se ha reconocido a la música un poder benéfico o nocivo y la facultad de relacionarse con la vida y con la muerte, con la juventud y la vejez, con la salud y la enfermedad. Estos efectos curativos o dañinos de la música se deben particularmente a la influencia del sonido sobre el hombre.

De hecho, son muchas las cosmologías que refieren el origen del universo a un sonido, – tal vez el famoso Big-Bang que cita a menudo Tomatis – y según éstas, toda la energía del universo se originaría gracias a ese único sonido en estado de transformación.

La música desde este punto de vista, representa un microcosmos del orden del universo y sigue leyes cosmológicas; siendo así como la han entendido músicos, chamanes, sacerdotes, profetas y filósofos de antiguas tradiciones culturales y/o espirituales. Todo parece hacernos entender que existe un sonido esencial, original, un sonido “madre” desde el principio de los tiempos -que sólo pocos sabios o místicos dicen de haber llegado a escuchar- y ese sonido incluiría todos los demás sonidos. Y tal vez, amplificando este concepto, se podría decir que este sonido primordial es el conjunto de todos los sonidos del universo entero, y por tanto de todas las voces de la naturaleza, de las personas, de los animales, de los elementos…, ese sonido en muchas tradiciones viene definido con un mantra: OM. Por eso cuando un grupo recita y canta OM se crea una vibración circular que engloba cada ser. En ese contexto, cada respiración –inspiración y espiración- nos recuerda el eco del respiro divino entre las olas del mar y todo ello nos conecta con la energía vibratoria esencial y pura. El mantra OM, de este modo,  nos hace sentir en sintonía, con lo de fuera y lo de dentro, creando una unidad sonora.

y después… La Música y el Sonido a través de la Voz.

Al inicio de la creación humana, efectivamente, no existía un lenguaje como ahora, tan sólo la música. El hombre primitivo parece que expresaba sus pensamientos y sentimientos con sonidos bajos y altos, lentos y largos. La profundidad del tono estaba relacionado con su fuerza y su poder, la intensidad del timbre podía expresar amor y sabiduría. El ser humano expresaba la sinceridad o falsedad, la atracción o aversión, el placer o el displacer por medio de la variedad de sus expresiones musicales o sonoras. La lengua tocaba varios puntos de la boca y los labios al abrirse y cerrarse de modos distintos producían una gran variedad de sonidos. La unión de sonidos compuso las palabras que comunicaban diferentes significados a partir de sus diversos modos de expresión. Esto gradualmente transformó la música en un lenguaje, sin embargo el lenguaje  nunca ha podido liberarse de la música.

Este fenómeno es muy evidente si consideramos las lenguas más antiguas como el sánscrito, el árabe o el hebreo. Se sabe que no se pueden dominar aprendiendo simplemente las palabras, la pronunciación o la gramática, sino que es necesario también un ritmo y un tono particular. El mismo Tomatis habla de su gran conmoción cuando en su laboratorio vió impresa en la pantalla de sus experimentos la letra “aleph” – la primera vocal del alfabeto hebreo – tal como se escribe en hebreo, mientras un rabino estaba pronunciando con una cadencia lenta un canto de la Cábala ante el micrófono: “O aleph, aleph, aleph” .

También las lenguas modernas no son otra cosa que una simplificación de la música. Por muy sencilla que sea una lengua no puede existir sin música, pues ésta le confiere una expresión concreta.

Se puede decir que la música se esconde en el lenguaje como el alma dentro del cuerpo.

Un estudio de las antiguas tradiciones revela que los primeros mensajes divinos fueron dados con un canto; así fueron expresados los Salmos de David, el Cántico de Salomon, el Gatha de Zoroastro o el Gita de Krishna. Del canto a la poesía, y de ahí a la prosa…como si lo divino se valiera del canto como el canal más abierto y directo para manifestarse y así llegar más inmediatamente al corazón.

Aunque el hombre haya buscado liberar el lenguaje del tono y del ritmo, el espíritu de la música existe todavía. Y el alma busca la música incluso en la palabra pronunciada.

En el hombre la respiración es un tono constante y el latido del corazón, el pulso y la cabeza mantienen un ritmo continuo. Un recién nacido responde a la música antes de aprender a hablar; mueve las manos y los pies rítmicamente y expresa su placer o displacer emitiendo diferentes tonos y sonidos. Se comprueba así que la música, como lenguaje perfecto y universal, puede expresar un sentimiento mucho mejor que una lengua cualquiera.

El hombre, además del uso directo de la voz, ha probado también a expresar su interior utilizando y confeccionando todo tipo de instrumentos musicales,  tal vez en un intento de reproducir ese sonido ancestral del universo del que hablábamos al principio. En este sentido el músico llega a identificarse con el instrumento a tal punto que lo llega a vivir como una prolongación de su cuerpo, transformando en sonido sus propios impulsos psicomotores, y liberándolos. Y mientras tocar un instrumento en un cierto sentido conlleva un control consciente del movimiento en el tiempo y en el espacio, así como la obediencia a ciertas leyes acústicas, cuando se trata de cantar o expresarse con la voz, el proceso resulta diversamente, porque la voz es  la expresión más directa de la esencia de la persona, y por tanto se halla libre de cualquier proceso racional. Efectivamente en el acto de cantar la mente se encuentra en un segundo plano.

Entre la música vocal, instrumental y gestual, es la música vocal la más elevada.
-Hazrat Inayat- Khan

Es la voz humana, que surge directamente del alma como respiración, la que mejor traduce nuestro corazón. “Por más que una voz se cultive artificialmente, – afirma Inayat-Khan – no provocará nunca una emoción, gracia o belleza a menos que haya sido cultivado también el corazón. El canto tiene una doble fuente de interés: la gracia de la música y la belleza de la poesía. Pero el efecto sobre el que escucha dependerá de cuanto el corazón del que canta acompañe la canción.

Si pensamos por un momento al sonido espontáneo  o al canto improvisado, nos daremos cuenta que proviene directamente de las entrañas de nuestro ser, y expresa como una fuente todo nuestro interior, sin obstáculos ni interrupciones. Aún en ese caso, si realmente se topara con un obstáculo, expresaría realmente lo que es. En efecto, nuestra voz, nuestro sonido, no puede engañar, manifiesta crudamente lo que somos.

La voz – que siempre ha tenido un rol importante en los ritos de curación – representa el verdadero si mismo, aquéllo que une, junto con la respiración, nuestra propia interioridad con todo cuanto hay afuera.El canto de los chamanes, efectivamente, trasciende la dimensión de nuestra realidad para acercarse a la fuente sanadora traspasando con la vibración del sonido cualquier frontera.

La voz además de ser el primero y el más natural de los instrumentos, expresa la originalidad de cada ser al igual que lo hacen las huellas dactilares. En este sentido no hay una voz que se repita igual a otra. La voz puede ciertamente revelar, al que escucha atento, el punto de evolución física y psicoespiritual de una persona, ya que nuestra voz no es la misma en el transcurrir del tiempo de nuestra vida. En la voz se imprimen todas las experiencias, buenas y malas, y en cada momento cada emoción, cada circunstancia,  sella un tono, una cierta cualidad en nuestro sonido vocal.

Me viene en este momento un ejercicio muy sencillo para contactar la propia voz:

Recordemos por un momento cómo era nuestra voz cuando éramos niños, cómo sonaba en el contexto de nuestra familia, cómo cambiaba cuando estábamos con otras personas…, cómo es, cómo era, cuando nos sentimos eufóricos, aletargados, o desvitalizados…Claro, hace mucho tiempo de eso, pero…¿cómo era nuestra voz hace 5 años, hace 1 año, hace una semana…o ahora mismo…puedo reconocerme desde el timbre de mi voz, mi volumen, mi frecuencia…?”

Hazrat Inayat Khan, maestro sufi y gran músico indú de principios de siglo, en su libro «El misticismo del sonido» dice que en Oriente se considera la música vocal como la más elevada, ya que resulta la más natural en cuanto expresión no mediada. “Por más que los acordes percutidos en un instrumento sean perfectos, no podrán nunca transmitir  en el que escucha el mismo efecto e impresión que la voz, la cual acompañando la respiración, mantiene sus mismas funciones vitales. La voz posee todo el magnetismo del que carece el instrumento, ya que ella es el instrumento primordial de la naturaleza sobre la cual se modelan todos los demás instrumentos. Aunque ella salga a la superficie gracias a la ayuda de los órganos vocales del cuerpo y esté en relación con la profunda y compleja arquitectura de la mente, rica de estratos y esfumaturas, la voz no sólo mantiene su pureza sino que constituye el instrumento más adecuado para expresar tanta complejidad”.

En los Umbrales de la Voz como Terapia: Alfred Wolfsohn

Alfred Wolfsohn, nacido en Berlìn en 1896,  y  maestro del célebre actor inglés Roy  Hart, – que a su vez desarrolló una escuela de teatro centrada sobre la voz – desarrolló una teoría sobre la voz humana que se ha revelado un apreciable contributo al uso de la voz en la psicoterapia.

Wolfsohn sobrevivió a la primera guerra mundial después de haber sufrido un shok traumático. Parece ser que perdió la memoria durante algún tiempo tras haber permanecido varios días medio enterrado entre los cuerpos de algunos soldados heridos que se iban muriendo. En el periodo sucesivo, mientras trabajaba para poder recuperar su equilibrio, fue desarrollando una teoría propia sobre la voz humana  completamente nueva en su época. Empezó a  experimentar con su voz tratando de reproducir los sonidos, gritos y gemidos que había escuchado emitir a esos soldados cuando morían, sonidos que iban más allá de un registro y volumen normal. En un cierto modo, parece que intuyera un efecto sanador en la  acción de reproducir esos sonidos cercanos a la muerte que tanto lo habían traumatizado.

Con todo ello fue descubriendo el verdadero alcance de la voz y también sus límites. Quiso recibir lecciones de canto, pero ninguno de sus maestros lo pudo seguir en su búsqueda de un sonido que consiguiera alcanzar nuevos altos y bajos, y que lo llevase a contactar los umbrales emocionales que él había vivido. Llegó progresivamente a la conclusión que la voz y el alma estaban indisolublemente unidas y que los límites de la voz reflejaban aquéllos del alma. De este modo la voz se revelaba un medio válido para alcanzar la curación de la intangible alma humana.

Wolfsohn descubrió que la voz humana no tiene una expresión limitada a un registro de dos o tres octavas. Demostró que la voz del hombre y la mujer es capaz de expresar más de nueve octavas y que la libertad de expresión de la voz de un niño es mucho más amplia que la de un adulto. Según él no existe una voz de hombre o de mujer, sino tan sólo la voz; y por eso desde esa perspectiva un bajo profundo puede cantar sonidos de tenor o incluso de soprano y viceversa.

Wolfsohn sostenía que cualquier persona, sin importar cuanto fuese entonada o desentonada, puede aprender a cantar si busca dentro de sí su propia voz. De hecho, todavía hoy un discípulo de su método – el psicoterapeuta Derek Gale, que yo he tenido el gusto de conocer -, cuenta que aún siendo completamente desentonado al inicio de su recorrido terapéutico, con el método Wolfsohn, consiguió no sólo un profundo beneficio en su personalidad, sino una voz potente y bella, que cubre fácilmente seis octavas y un gran abanico de sonidos humanos, animalescos o mecánicos, y ésto sin que él estuviera interesado a llegar a ser un cantante, ya que la motivación de su búsqueda se centraba en encontrar algunas soluciones para su vida, como él cuenta.

Wolfsohn enseñó a sus discípulos cómo tener acceso a su voz mediante un trabajo disciplinado, orientado a liberar el poder de la voz que queda latente en cada persona adulta. Con ello descubrió que la voz y la psique estaban indisolublemente unidas y se dio cuenta de que su método de trabajo vocal era al mismo tiempo un poderoso instrumento psicoterapéutico. La voz no era el resultado de un órgano del cuerpo determinado, como la laringe o el diafragma, sino la expresión de la personalidad del ser humano. A menudo decía: «cuando yo hablo de cantar, no estoy considerando ni refiriéndome a ejercicios artísticos, sino a una posibilidad y a un medio para conocerse a sí mismo».

Voz, Consciencia y Gestalt

Es precisamente esta consideración de Wolfsohn sobre la voz como medio para conocerse a sí mismo, la que me invita a enlazarla con la Gestalt. Y concretamente, a la luz de mi experiencia personal, descubro esta modalidad desde una traducción sonora del «continuum de atención» gestáltico. Desde ahí entiendo este proceso como una especie de «vipassana» sonoro, que pasa por la expresión espontánea de sonidos que tengan que ver con sensaciones o vivencias internas. Poco a poco esta experiencia, cuando se vive desde un contexto meditativo, permite a la mente irse liberando de todo lo superfluo y experimentar el vacío que las prácticas meditativas inducen.

A nivel terapéutico la voz funciona como un canal por donde pasan a modo de cascadas de sonidos todo nuestro mundo interno, desde nuestras peleas y sinsabores, heridas antiguas, a la expresión del ser esencial que anida detrás de nuestras cáscaras.

El sonido tiene la facultad de romper, con sus vibraciones circulares – a modo de masaje interno-, cualquier armadura o coraza caracterial. Me he dado cuenta, desde mi experiencia, cómo puede ser curativo poder cantar el mundo emotivo que se esconde detrás de  las palabras. Y cuando digo cantar me estoy refiriendo a traducir a sonidos el propio proceso interior, donde esos sonidos pueden tomar formas sonoras diferentes, -quejidos, conatos de voz, alaridos, jadeos, improvisaciones sonoras, canto libre o jerigonzas animalescas-.

Cuando al paciente se le dice “pon un sonido a eso que me estás contando”, algo pasa, algo diferente, que va desde lo lúdico a un cierto temor por no poder utilizar con seguridad los recursos defensivos habituales. Parece sencillo, casi como si se tratara simplemente de dar expresión sonora a las heridas, comenzando desde un simple sonido. En realidad se trata de un proceso mucho más complejo de lo que parece.

El  proceso terapéutico sonoro requiere sobretodo un saber estar con  ese tipo de lenguaje sonoro en cuanto es un código distinto, al cual no estamos acostumbrados. Tampoco el terapeuta puede seguir a su paciente con los recursos habituales, y ahí su bravura consiste en acompañar con el sonido, con su propia intuición sonora, dejándose fluir con el otro, escuchando la calidad del sonido, el timbre, el volumen, la amplitud…y llegando a entender cuándo un sonido está ahogándose y necesita la partera. Porque efectivamente es como un parto: algo que está incubando dentro, va tomando forma a veces con sonidos poco claros, imperceptibles… y es acompañando esos sonidos frágiles que poco a poco se llega a abrir el canal y se destapa finalmente el verdadero sonido, que puede aparecer como un chorro de voz, un grito desgarrador, un do de pecho increíble o una melodía esencial. Para mí es siempre una aventura, un descubrimiento inaudito de las partes más recónditas e íntimas de una persona, y me sobrecoge siempre. Siento un enorme respeto y reverencia ante un ser que se descubre tan profundamente.

Este proceso deja blandito el corazón, es como si el alma se hubiera desnudado después de haberse tapado con muchos ropajes innecesarios. Y puedo decir también, porque así lo he sentido, que un nivel de intimidad tal tiene que ver con algo casi sagrado, que nos conecta con esa parte divina de nuestro ser esencial. Cuando echamos afuera nuestra parte oscura, sombría, la bestia, ese agujero que deja la energía liberada se puede llenar con amor, y ese amor no me resulta de este mundo.

Una vez también yo canté y dí rienda suelta a mi dolor contenido, me liberé y escuché un timbre en mi voz que no me parecía yo. Poco a poco, exploré sonoramente mis emociones, me familiaricé con esos sonidos y comencé a tejer partituras sanadoras en mi vida. Parí cantos de angustias, de dolor y soledad que se transformaban en dulces melodías. No sabía en ese momento que estaba dando a luz mi propio y genuino modo de trabajar con la Gestalt. Creo que conseguí, sin saber, ser fiel a la enseñanza de Paco Peñarrubia cuando nos decía en aquellos años de formación que una cualidad del terapeuta gestàltico es utilizar creativamente la propia neurosis como herramienta de trabajo.

Me gusta terminar con algunos fragmentos poéticos surgidos después de una cierta catarsis sonora en algunos grupos de trabajo con la voz:

“un olivo es… sin más.., porqué tú y yo tanto ropaje…?

“cántame con tu alma desnuda, dame de ti aligera mi carga con tu amor, no cargues con mi maleta..Déjame que sea yo.”

“Voz taponada por rencores, culpa, miedo… sale hoy hacia ti, tiene algo que decir”

“y tú que escondes tu pesar y te privas también de la alegría,

deja la piedra rodar, déjate parir un canto en esa mar”

“Bañémonos todos en este caldero de emociones, cada uno solo y todos juntos, nuestra voz tiene algo que decir!”

– Rosa Medina 

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